sábado, 11 de mayo de 2013

UN BAR COMO CUALQUIERA

No sé ni cómo llegué aquí,
o si sé pero no lo quiero reconocer.
Parece que fue una invitación

(¡qué obediente era en ese entonces!),
y nunca hay que menospreciar invitaciones de soles.
- ¿Baglietto dice? ¿Aquí hay música de Baglietto? -
pregunté - pues ¡qué grata sorpresa!
Además me encontré a un hombrecillo
calvo, gentil, que me atendió de inmediato.

- ¿Sos argentina? - preguntó.
- ¡En la vida misma! - le contesté.
Y se retiró como si nada,
mientras una voz invisible y lejana gritaba:
- ¡Cacho! es mexicana. Un tequila para ...

(No será ni la primera ni la última vez que me llamen así).

Entonces esperé sentada
al lado de una mesita pequeña de madera
con fuerte olor a cerveza
que daba a una ventanita
por la cual pasaba el aire fresco de la noche.
Porque sí, ya estaba obscuro.

Saqué la navajita que me regaló mi padre
y comencé a marcar en un costado de la mesa:
Aquí estuvo... y grabé mi nombre completo

(¡a la chingada! si algunos en mi país así me dicen).

Y esperé y esperé y esperé,
mientras aprendía que a Mercedes le decían La Negra,
que los mates no se sirven en una taza,
que los caños no son malolientes hoyos negros,
sino tubos de los que se cuelgan las que sí tienen que enseñar
y enterándome que el significado de "pendeja"
no es tan malo por aquí.

Hasta que llegaron unos personajes muy singulares,
de esos que no se ven en la televisión ni en el celuloide.
Obviamente mi pulso cardiaco aumentó,
comencé a hiperventilar
y me sonrojé como toda buena fóbica social.
Así que me dispuse, primero y lo más importante,
a estar alerta, y segundo, a observar.

En primer lugar,
llegó una jovencita de apariencia dulce,
con un simpático biberón bajo el brazo.
Vestía una playerita que tenía impresa
la figura de un oso panda

(me acordé de la canción de Yuri y del zoológico de la ciudad de México).
Hablaba italiano con un extraño acento argentino
(¡y es que una se puede encontrar de todo en la viña del Señor!).

Después llegó al que yo llamaré
el encantador de sirenas,
pues hablaba y su timbre de voz poseía
toda la escala musical organizada tan armónicamente
que en un dos por tres
podía desvestir y descalzar a cual dama se le acerque

(¡qué manera tan intimidante de embelesar!).

Seguido de él,
llegó alguien que se escapó de alguna clínica de salud mental

(a mí no me lo parecía)
pero por algo la llamaban la loca y además linda
(eso en mi rancho no existe)
y me hizo sentir cómoda con su acento.
Y casi a tumbos,
llegaron dos amantes borrachos hasta el alma,
pero con una sincronía de miradas
que parecía que ya habían vivido diez vidas juntos.

A él, le corría tanta pasión por el cuerpo
que a borbotones le salían versos y canciones.
Ella destilaba tanta fogosidad
que con su entrada subió como tres o cuatro grados
la temperatura ambiental.
¡Vaya madrileño de corazón!
¡vaya nicaragüense de nacimiento
el que se vino a plantar aquí!
¡Vaya venezolana orgullosa y con ansias de cariño
la que vino a dar a este lugar!

No comprendía cómo podían comerse a besos
y a la vez inhalarse y exhalarse
el uno dentro de la otra,
al mismo tiempo, como si el tiempo desapareciera.
Son historias que jamás leerás en una novela.

Fue entonces cuando caí en la cuenta
que no había vuelto a escuchar esa voz
que tan amablemente

(y confianzudamente, ¿por qué no?)
había pedido un tequila para mí
(que por cierto, me parecía de dudosa procedencia).

Tomando dos tragos,
con música de Charly
y muy sutilmente de fondo,
el piano de Fito,
fue la manera como mis niveles de tranquilidad
se asentaron.

Noté entonces que ya no eran "cada uno",
sino que formaban un cálido "nosotros"
que me hizo aficionarme por esa pista
donde sacaron brillo los amantes

(¡claro! después de morirse en abrazos dentro del reservado)
y por esa barra donde los demás
se reunieron a sonreír, a comprender
y de cierta forma,
a vivirse los unos a los otros.

Decidí pues quedarme cien días,
como esa canción de Serrano,
donde se promete no salir con vida,
cerrando todas las salidas
y buscando un mar de ginebra donde encallar.
No me faltó soñarlo en los lavabos
pues un mix me ayudó a darme a esa fuga,
tragando niebla por la nariz.

Y sin darme cuenta,
desperté nuevamente en mi habitación
con una extrañeza
que sólo los desorientados pueden sentir
cuando se dan cuenta y dudan de que lo vivido
probablemente haya sido delirado

(¿se estará enfermando Clarita también?)
o en el mejor de los casos, soñado.
La única certeza que tengo es queno fue un bar como cualquiera.


ESCRITO Y NARRADO POR BETI
VIDEO REALIZADO POR BLADIMIR ORMAZA
EL BAR PAMPA AGRADECE
 

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