sábado, 7 de diciembre de 2013
viernes, 8 de noviembre de 2013
jueves, 7 de noviembre de 2013
miércoles, 30 de octubre de 2013
lunes, 7 de octubre de 2013
jueves, 3 de octubre de 2013
HISTORIA DE UN BUEN HOMBRE QUE UN DÍA DECIDIÓ CERRAR EL BAR
La mañana aparece fría, solitaria, como todas las mañanas que nos ofrece el invierno cuando es caprichoso y se resiste a regalar un poquito de candor. Él se despierta con ese ventarrón que le golpea violentamente la cara y anuncia que ha llegado un nuevo día, quizás igual que todos los demás.
Se levanta intempestivamente, comienza a recordar que no logró llegar a la cama y que rara vez se queda dormido en la barra del bar. El dolor de cabeza le recuerda que fueron demasiadas copas las que levantó la madrugada anterior, situación que no le sucede regularmente, pues son más bien los clientes los que pierden la cuenta de lo que ha pasado por su garganta y no él, quien siempre los ha atendido tan amablemente, a pesar de su carácter serio y reacio.
Desafortunado, tal vez, pero nunca, nunca, ha sido malicioso ni sinvergüenza. Este hombre de mediana edad se pregunta qué es lo que le sigue a ese momento sorpresivo en el cual comienza a darse cuenta que ni los años son los mismos, ni él ha cambiado de forma sustancial.
Simplemente se queda cabizbajo mirando perdidamente los vasos vacíos, la pista desierta y la ceniza de los cigarrillos muertos que esparcen el aroma de sueños decepcionantes y realidades baratas.
“Mmmmm, es tiempo de dejarlo” – piensa, como si quisiera convencerse al cien por ciento de lo que su mente dicta. “Es cierto, los clientes vienen, algunos ya rara vez se asoman, pero siempre hay alguien aquí que quiere emborracharse y dejar de lado su historia personal” – reflexiona, tratando de convencerse y afirmar con la cabeza eso a lo cual se resiste su corazón. Y en realidad, nunca son los clientes o la música o el hábito de beber solitariamente en un lugar extraño al hogar. En realidad es él, quien el día de hoy no siente más ánimo para prepararlo todo, nuevamente, ritualmente y ofrecer ese lugar que ya no es tan de él.
Así que se aventura a dejar todo limpio, ordenado y acomodado para que el polvo comience su proceso natural de hibernación. Guarda con cuidado las bocinas y apila los discos y cassettes en cajas de madera para que el futuro decida después qué hacer con ellos. Cierra con llave la cava y envuelve con mucho cuidado en trapos de algodón cada uno de los vasos de cristal que se han paseado tantas veces por sillas, mesas, barra y han llegado a parar al suelo. Esos pobres astillados, que sin deberla ni temerla, a veces son maltratados por los ebrios malabaristas que ingenuamente confían en que nunca darán al piso por más que ingieran litros de alcohol. Las copas lo miran valientemente, con cara de pocos amigos, pues su destino no consiste en estar guardadas en cajas viejas de cartón, sino brillar bajo las luces del escenario, como tantas noches lo han hecho conteniendo líquidos de diversos colores.
Termina todo al fin, después de media tarde y asiente con la cabeza como dándose una aprobación a eso que no termina de asimilar. Cerrar el bar, a estas alturas, no es precisamente lo que había planeado en un inicio. Pero es un comienzo para otra cosa. “Espero…” – piensa. “Espero que sea lo mejor”.
Sube las escaleras y observa el dormitorio y la cocina que siempre han permanecido aparte de todo el bullicio que genera la estancia de la planta baja, donde hace ya varios ayeres acondicionó como bar. La cama lo mira tan tristemente, reclamándole por qué ha sido tan ingrato y no ha permitido que una dama se quede más de dos noches. La mesita con las dos sillas que ocupan el pequeño espacio alrededor de la estufa y el refrigerador, se percibe molesta, como si tuviera dos ojos penetrantes que le echaran en cara la ausencia de otra figura humana cuando él se sienta a almorzar. Nunca lo había sentido así, pero ahora su pequeño apartamento le parece amenazante e intuye que por la noche lo querrá asesinar. Así que prefiere salir a caminar, imaginando que cuando llegue, las intenciones mortíferas de sus muebles se hayan adormecido con el paso de la noche. “Ojalá” – piensa.
Busca el abrigo café que se encuentra colgado en el perchero y se dirige a la puerta. Una última mirada en el espejo le devuelve la mueca que ha traído todo el día en la cara, como si tratara de hacerlo reaccionar para cambiar ese semblante. Pero no tiene otro que mostrar.
Cierra de un portazo la entrada y se dirige con paso rápido hacia el parque, como queriendo huir lo más pronto de ahí. Prefiere no pensar, prefiere no recordar, prefiere evitar las miradas de los que pasan a su lado por el temor de que algún rostro conocido lo detenga y lo salude mecánicamente, sin ánimo de ofender.
Al llegar al parque, se da cuenta que hay demasiada gente y que también eso lo irrita, pues los niños, jóvenes y parejas forman un cuadro tan familiar que la miel que despiden se le resbala por las córneas de sus ojos y le hacen lagrimear. Regresar tampoco, no vaya a ser que esa noche sea su última ya que las miradas feroces de los enseres domésticos le advirtieron que es posible acabar con la vida de un hombre el cual no ha sabido acostumbrarse a la soledad.
Se resigna. Permanece sentado una hora, dos horas, tres horas, tratando de esquivar todos los recuerdos que el bar le ha regalado desde hace mucho tiempo. Sus ojos se detienen en la línea de la banqueta, en la pequeña flor que sobresale del pasto seco que está al centro de la plaza, en los rayos de las bicicletas que dan vueltas y vueltas y vueltas sin razón, en el balón de fútbol que atraviesa su línea de visión y corre alegremente hacia la calle donde pasan los vehículos veloces, sin considerar a los jóvenes transeúntes que se arriesgan a cruzar corriendo hacia el otro lado.
“¡Ya sé! ¡canciones!, me vendría bien intentar recordar canciones antiguas de mis viejos” – piensa con entusiasmo, como si encontrara una fórmula mágica para desvanecer toda esa inquietud que le ha traído el cierre, la partida y el amago de muerte de su casa. Sin embargo, en el momento que lo piensa, se activa la represión característica de quien desea algo con todas sus fuerzas y el inconsciente se opone tenazmente por el simple hecho de ser rebelde desde su concepción. Así que, por más que lo intenta, no logra tararear una sola melodía de las que ponía su madre cuando él era niño y le acompañaban al hacer la tarea, al esperar con gusto la merienda que ella tan cariñosamente preparaba en la cocina.
Después de estos intentos fallidos por olvidarse de todo, decide regresar, apenado, frustrado, decepcionado y temeroso de volver a lo mismo, a aquello que ha hecho tantos años y que ha querido cambiar. “Sólo a un inepto se le pudo ocurrir esa frase de ‘Querer es poder’” – piensa mientras se dirige con paso lento hacia el lugar de donde salió.
La noche ha caído y en el transcurso del camino, se encuentra con dos de sus clientes que insistentemente le preguntan si más de rato abrirá el bar. Él titubea, los mira a los ojos y a punto de decirles que no abrirá más, se convence desde lo más profundo que su respuesta es inevitable y a pesar de su frustración, asiente desganadamente, como aceptando que sus decisiones son efímeras y está en su naturaleza, regresar por el mismo camino.
“En unas horas abrimos el bar” – se repite constantemente, hasta que su voz logra sonorizar ese pensamiento que ha habitado mucho su tiempo su cabeza.
Puede ser un fracaso, puede ser la costumbre, puede ser el destino, incapaz de ser cambiado, o simplemente la inercia de una decisión tomada ya hace mucho tiempo. Él no lo sabe con certeza, pero lo que sí realmente sabe es que hay historias que son susceptibles de modificarse, de transformarse, de renovarse con el pasar de los años. La suya no es una de esas, la suya es la que está condenada a repetirse día con día, sin que nadie tenga posibilidades de salvarla. ¿Por qué? Porque él sigue siendo uno y, uno sólo, no puede cambiar su propia vida, si no hay otro que se arriesgue siquiera a mirarla, a abrazar lo que él no logra ver de sí, con la esperanza de convertirse en dos.
Publicado por La morrita que se llevó las papas en 19:01
AUDIO
voces: beti solano - ramiro parisi
texto: beti solano
edición ( con casettes ): cacho
Publicado por La morrita que se llevó las papas en 19:01
AUDIO
voces: beti solano - ramiro parisi
texto: beti solano
edición ( con casettes ): cacho
domingo, 29 de septiembre de 2013
domingo, 1 de septiembre de 2013
domingo, 25 de agosto de 2013
viernes, 19 de julio de 2013
miércoles, 17 de julio de 2013
lunes, 1 de julio de 2013
TAJIN PARISI
VOZ Y VIDEO: BLADIMIR ( ECUADOR )
TEXTO: BETI ( MEXICO )
Sale a escena, a veces con una botella de vino tinto,
Al final de cuentas, no tengo por qué decidir,
TEXTO: BETI ( MEXICO )
No sé ustedes, pero hay días que no corren como los demás días.
Uno de ellos se me atravesó hace más o menos un año,
cuando practicando peripecias de saltimbanqui electrónica,
me encontré con un Tajín caucásico, único, colosal.
Y es que conociendo yo al único tajín que ha acompañado mi infancia,
me resultó extraordinario acercarme, mirar y disfrutar
todo este baile de la naturaleza que sólo los tajínes pueden dar.
Este Tajín no es un muchacho maldoso,
tiene gracia, don (¡qué don!) para poder decir, hacer y hacer reír,
que lo hace bastante empático con quien se deje convencer.
Yo no me había dado cuenta hasta que me puse a ver los días nublados
donde habita, donde ha habitado toda la vida.
Su madre lluvia siempre le ha reconocido esa chispa de vida:
-Desde pendejo, ha sido un remolino y por eso le quiero aún más.
Él le contesta:
-Vieja, las vueltas de la vida me han traído la más linda musiquita,
esa que vos escuchas también.
Al igual que el Tajín de Totonacapán, antes apedreaba a los monos
y saltaba encima de los hormigueros.
Hasta que un buen día, la vida le dio la más grande oportunidad:
Subir a las nubes y hacer llover, junto con los Siete Truenos
(los Siete Truenos son los mismos aquí en México que allá en Argentina).
Obviamente, el trabajo de mozo no le era suficiente,
pero sabía que él pertenecía al cielo,
allá arriba, en la décimo sexta nube
pues desde ahí podría ver su Resistencia
y las estrellas le iluminarían la carita en noches de desvelo.
Así que se prepara: viste la capa, desenvaina la espada
(él dice que prestadas, pero en realidad ningún trueno
ha asentido en confiarle sus mejores armas).
Y se aventura hacia las nubes, con música de fondo.
Se calza las primeras botas,
no le quieren acomodar,
piensa… un corte por aquí, una pintadita por allá
y están perfectas para salir a bailar sobre las nubes
y también sobre pianos, ¿por qué no?
Hace un sonido torrencial pero delicioso al caer las primeras gotas.
Probablemente porque le recuerde que el amor después del amor
se parece a un rayo de sol, o algo así.
Las segundas son más cuerdas
ya que son traídas directas del Paraguay.
Las remienda, les cose unas cintas de colores
y las amarra con un cordel natural,
muy tradicional de esa tierra.
Se le escucha abuelo pero picaresco.
El tercer par pareciera traído del polo norte.
A estas botas prefiere acojinarlas, suavizarlas,
porque tienen que hacer llover de a poquito
para que mojen las ventanas de damiselas durmientes.
Y las últimas que elige, son traídas desde España,
Nicaragua, Canadá y no sé qué jodidas partes del globo.
Están ya algo gastaditas, pero opta, como en todos los casos
por re-crearlas y darles la vida que se le va ocurriendo.
Eso sí, todos los pares de botas que se calza,
los transforma porque nunca se ha sentido satisfecho con copias baratas,
siempre tienen algo de él, algo sobre él y algo para él.
Ya después las envuelve para regalo y las ofrece con las manos bien amplias
a los que le han servido de inspiración; él dice, como un homenaje.
Sale a escena, a veces con una botella de vino tinto,
a veces con música de fondo,
pero siempre, siempre, siempre, con un cigarrillo.
Comienzan los truenos y nace la tormenta.
Dice que es para desafanarse de las tareas diarias
que trae la rutina de cuidar a siete viejos truenos,
sin embargo yo creo que también es porque su vocación así se lo manda.
Y él obedece, estoico, a los impulsos que salen de sus pulmones y de su corazón.
Sus pisadas van marcando pasos acompasados que caracterizan la lluvia
de tamaño y color diferentes cada vez que se pasea por los nimbos y cirros.
Se tiñen de dulzura y de cariño cuando recuerda eso que le dejó su amor pasado,
ese que ya partió.
De soledad cuando siente que las fuerzas no alcanzan para descubrir
a alguien que le devuelva la mirada, de la misma manera que él es capaz de mirar.
De esperanza cuando evoca los encuentros de los que escuchan
y participan de su misma sintonía, de su misma pasión.
Arrecian las gotas de agua por el campo.
Trato de guarecerme y observar cómo caen para saber si es preciso esquivarlas
o saltar con ellas, escuchando cada caída, cada mililitro bajando a la tierra
los cuales parecen estremecer el alma.
Al final de cuentas, no tengo por qué decidir,
porque este Tajín es un genio que se hace querer,
porque… ¿quién no quiere a este muchacho que hace llover en tiempos desiertos?
Truena, relampaguea, armoniza, ofrece mimos.
Esta bendita lluvia es difícil que no se haga querer.
Porque él llueve, es la lluvia y porque sigue queriendo llover sobre mojado
martes, 25 de junio de 2013
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